Más de 800 cartas escribió Van Gogh a su hermano Theo. En ellas le explicaba sus progresos, los cuadros que estaba pintado -le hacía bocetos en la misma página-, sus inquietudes, sus estados de ánimo... Esas cartas no son sólo el diario de un pintor que vivió en la miseria y cuya obra comenzó a trascender justo al poco tiempo de morir; son el testimonio de toda una vida consagrada al arte.
Este artista, al que se le ha tachado en innumerables ocasiones de loco, sufrió la incomprensión de una época que no le llegó a entender.
Hasta el momento, los libros publicados con sus cartas sólo contenían resúmenes de las mismas. Pero por el valor de las mismas y los dibujos que contienen -algunos realizados a color para tratar de explicar mejor a su hermano la obra que estaba pintando-, recientemente se ha editado una publicación, que consta de tres volúmenes y que reúne las cartas conservadas por la mujer de Theo.
Yo he tenido la suerte de poder escaparme en enero al Museo Van Gogh de Ámsterdam, y he podido disfrutar de cerca de la exposición Las Cartas de Van Gogh y he comprendido que la belleza no se marchita con el paso del tiempo.